PERSONAJES DEL BARRIO: DON GERMÁN MORALES, UN DIRIGENTE VECINAL COMO NO HA HABIDO OTRO IGUAL.


DON GERMÁN MORALES, UN DIRIGENTE SIN IGUAL, VECINO DE FREIRINA 1846.
     Autor de la nota: Patricio Gálvez Castro 
Foto: Vista actual de la Plaza Fidel Muñoz Rodríguez, gentileza de Marcela Gálvez Castro, vecina de Diana. 


La noche anterior al 21 de mayo yo dormía poco, a saltos, preocupado por no quedarme dormido a la mañana siguiente. En la tarde había conversado con mi tata y preparado la bandera, que era la primera obligación del siguiente día, o al menos eso pensábamos. (Era la época en que estas cosas entre militares y patrióticas nos hinchaban el pecho de orgullo, después un grupo de milicos se encargaría de destruir ese sentimiento para siempre en el alma de los niños de entonces, nunca se los perdoné). Me levantaría y subiría a la marquesina pequeña que había sobre la puerta de la casa y bajaría el asta que, muchas veces había pintado el tata. Pondría la bandera y correría al encuentro con don Germán Morales, al poste de luz frente a su casa. Pero eso sería al otro día, el día 21 de mayo, celebración del combate naval de Iquique y día feriado en nuestro país. Para llegar a tiempo había que acostarse temprano para no dormirse, pero la ansiedad hacía que eso fuera difícil esa noche anterior. Despertaba varias veces en la noche, pero todo en torno mío seguía oscuro. Había que esperar otro poco. Finalmente, el sueño me vencía y despertaba cuando escuchaba el primer “cañonazo”. La emoción de lo que venía hacía que me levantara de inmediato. Ponía la bandera en menos de lo que canta el gallo y partía hasta el punto de encuentro, aproximadamente a una cuadra de mi casa, frente a la de Don Germán y llegaba junto con otros madrugadores como yo que estaban cerca del estruendo de ese “primer cañonazo”. La “bomba” puesta en el hoyo del poste (ahora los postes no tienen hoyos como aquellos y servía para tantas cosas) sonaba como un cañón. Don Germán nos daba unos minutos para llegar y unos pocos minutos después, partíamos hacia el siguiente poste. Ahora comprendo que él se había dado antes el trabajo de caminar todo el barrio buscando los postes adecuados para juntar a todos los niños del barrio para la gran celebración. Partíamos tras sus pasos en busca del siguiente cañón. No sé cuánto caminábamos entre uno y otro, pero el recorrido se nos hacía corto y tras cada detonación, se juntaban más y más niños para ir dando cumplimiento a la ceremonia de los veintiún cañonazos en honor a esos mártires de Iquique y de juntar a todos nuestros amigos del barrio y también muchos que no conocíamos. El último cañonazo lo tocábamos en el monolito de la plaza Fidel Muñoz Rodríguez. (Nunca supe quién era este señor tan importante que merecía el nombre de nuestra plaza y tener una placa como la que había en ese punto de reunión hasta ahora que escribo estas líneas, fue abogado, diputado radical por más de 20 años, gran maestre de la masonería, ministro de obras públicas, embajador, etc. etc. Cuando llegábamos a ese lugar de encuentro, se encontraban formadas las escuelas N° 20 y N° 18 y la brigada de boy-scout de la Baden-Powell (En homenaje al creador y fundador de los Boy-scout). Posiblemente también un “escuadrón” del colegio Cervellón y del Santa Luisa de Marillac (Ambos de monjas y por lo tanto de mujeres) lo que cuando fuimos creciendo lo hacía muy interesante. También se había juntado un grupo de vecinos y otros niños y jóvenes que no habían participado de la ceremonia de los 21 cañonazos. Entonces una diana tocaba silencio en honor a los héroes de Iquique, se izaba la bandera en el monolito (La última vez que estuve ahí casi me morí de pena, no queda prácticamente nada, la placa de bronce fue robada, el asta no existe y el césped alrededor tampoco) y se daba inicio al desfile bajo los sones de la banda de guerra de los scouts. No sé si sonaban bien o mal, pero para nosotros era tan marcial como el orfeón de carabineros o la banda de la marina.

Para los niños que nos juntábamos, esta parte del desfile era la más aburrida y solo se soportaba pensando en lo que vendría después. Don Germán se encargaba siempre de tener preparado un montón de juegos entretenidos, con premios que para nosotros eran fantásticos: Las carreras en tres pies, la de ensacados, las de patines y otras pruebas nos permitían entretenernos toda la mañana y nos dejaba en el alma un sentido patrio difícil de describir con palabras.

Don Germán era un hombre serio o eso me parecía a mí desde mis pocos años. Serio pero entretenido. Lo respetábamos, pero queríamos estar cerca de él cuando organizaba los diferentes eventos para los niños del barrio. Era un hombre alto, de andar rápido, sereno y firme. Su estampa parecida al del entonces presidente don Jorge Allesandri Rodríguez, en invierno se veía acentuada por el abrigo largo y la bufanda. Él, era el presidente de la Junta de Vecinos, o sea, nuestro presidente y que mejor que fuera igual al otro, ese que veíamos en el diario. (La televisión estaba recién llegando y solo estaba en algunas casas). Eso también le daba ante nuestros ojos un aura de respeto mayor, era nuestro “Paleta” aunque no sabíamos mucho que significaba y escuchábamos muchas quejas del otro y del nuestro también.

Don Germán me permitió, junto a otros muchos del barrio, ver el mundial del 62 casi entero. Lo que no vi fue lo que me perdí por estar enfermo, me pesque una gripe de esas que tiran a la cama y aunque el sol brillaba en ese julio (Aún brillaba el sol en julio y se veía la cordillera, el esmog no había llegado a nuestra ciudad) mi mama no me dejo salir de la casa durante casi una semana. No entendía muy bien la magnitud de lo que estaba pasando a pesar que mi papá era fanático del futbol y tenía su abono numerado como correspondía. La cosa fue más o menos así: junto con el mundial o casi, se inauguraron las transmisiones de TV y el gran evento era el mundial. Supongo que solo se podía transmitir los partidos de Santiago, porque no recuerdo haber visto los de otras sedes, ni hablar cuando Chile fue a parar a Arica y tuvimos que conformarnos con la noble radio. Don Germán se las ingenió para comprar una TV de 23 pulgadas que fue instalada en el gimnasio de la escuela N° 18. Ahí llegábamos todos, grandes y chicos, a ver los partidos de Chile. Nos cobraban una entrada que era barata o muy barata. Se llenaba de aficionados (En ese tiempo no existían los “Fanáticos” de ahora, que todo lo destruyen y lo ensucian en aras de “alentar” a su equipo). El fútbol era un juego y así lo vivíamos todos. Nos dolió perder con Alemania y celebramos los triunfos frente a Suiza e Italia. Estábamos viendo algún partido, no recuerdo cual, cuando se jugaba paralelamente el partido de Colombia con Rusia. A los 15 minutos del primer tiempo ganaba Rusia 3-0 y todo parecía terminado considerando además el pobre nivel de la selección colombiana de ese tiempo, pero finalmente y ante la sorpresa de todos los entendidos, el partido terminó 4-4. En Rusia jugaba la Araña Negra que todos pensábamos era imbatible. Hoy está claro para mí que fuimos unos privilegiados en Chile. Deben ser muy pocos los que pueden contar hoy que vieron el mundial del 62, aunque sea unos pocos partidos. Que vieron en directo el combo de Leonel y el gol de Eladio. Todo eso fue posible para mí y otros pocos cientos de vecinos gracias a don Germán y la Junta de Vecinos. Me moriré recordando esas tardes en el gimnasio de la escuela, lleno de vecinos celebrando cada gol de Chile en el que hasta ahora sigue siendo el evento deportivo más importante que ha habido en el país y a don Germán, con su bufanda y su abrigo gris, bajo las rodillas.

Otro evento importante a nivel nacional eran los clásicos universitarios, que eran un evento deportivo y familiar que se desarrollaba dos veces al año, uno en invierno (Diurno) y otro en verano (Nocturno). Era difícil conseguir entradas y hasta que apareció la televisión, había que conformarse, muchas veces, con escuchar los comentarios en la radio o de los pocos que podían ir o leer en los diarios lo que había sido. Pero de pronto alguno de nosotros se dio cuenta que lo transmitían por televisión y que en la casa de don Germán brillaba por la ventana la celeste luz de la maravilla. Nos agolpamos a la orilla de la reja de su casa a tratar de mirar por la ventana, en pocos segundos éramos más de 20 niños de diferentes edades subidos a la reja unos detrás de otros: Con la ventana cerrada era poco lo que veíamos, pero peor era nada. De pronto se asomó don Germán por ella y salimos disparados hacia la plaza. Pero la atracción de la TV era demasiado para nosotros y la del espectáculo del clásico también (No del partido), por lo que a los pocos minutos estábamos de nuevo frente a la ventana, entonces esta se abrió y el volumen de la televisión subió, no apareció nadie para decirnos nada y vimos ese clásico y muchos más, desde esa posición, incómoda para nosotros y ni decir para él y su familia. No tenía hijos, al menos eso suponíamos.

Nunca nos dijo una mala palabra o salió a hacernos callar o parar, aunque nuestras pichangas en el maicillo de la plaza frente a su casa eran memorables y levantábamos la tierra del mundo frente a su casa. A lo mejor el viento era nuestro aliado, ya que en verano soplaba sur y en invierno norte y su casa estaba al poniente. (Solo las casas de la plaza tenían ubicación norte o sur), pero había otros que por mucho menos nos mandaban los “pacos” para terminar nuestras pichangas.

Cuando se acercaba la Pascua (Ahora ya nadie la llama así, para casi todos es Navidades), empezaba a germinar en nosotros la ilusión por tratar de adivinar qué haría don Germán y sus compañeros para esa fecha tan importante. Nunca llegó el viejo pascuero, pero no recuerdo una navidad donde no se hiciera una celebración en la cancha, se pusiera una corrida de mesones y se nos entregara un juguete y algo más (algunas golosinas que no recuerdo cuales eran pero que nos llenaban de alegría.)

Le daban duro con las críticas, desde las dirigidas a mejorar las cosas y que eran hechas con buena intención hasta las otras, que no aportaban nada. No recuerdo a ninguno de aquellos, seguro que ninguno de los que entonces éramos niños. Ese, creo, es por lejos el mejor homenaje a Don Germán.

Vista actual de la ex pileta de la plaza Fidel Muñoz Rodríguez. Gentileza de Marcela Gálvez Castro, vecina de Diana.












Foto de don Germán, aporte de quien fuera como su hija y vive en la que fuera su casa, Elizabeth  Calfuqueo.

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