TESTIMONIO DE UN VECINO. PATRICIO GÁLVEZ CASTRO. DIANA 1810
PATRICIO GÁLVEZ CASTRO, AUTOR DE ESTA CÁPSULA, ES NIETO DE LOS FUNDADORES, GERARDO CASTRO LECOURT Y MARÍA VERGINE SILVA. YA NO VIVE EN EL BARRIO, PERO AÑORA SU NIÑEZ, EN ÉL.
Patricio, es Ingeniero civil de la Universidad de Chile y Empresario.
La foto corresponde a su participación en el aniversario N° 115 del Liceo de Aplicación, en su calidad de ex alumno.
Patricio, es Ingeniero civil de la Universidad de Chile y Empresario.
La foto corresponde a su participación en el aniversario N° 115 del Liceo de Aplicación, en su calidad de ex alumno.
"Hoy
por fin me decido a contar estas viejas historias de mi barrio. Posiblemente el
que me esté empezando a sentir viejo haga que mis recuerdos de niñez y juventud
me vengan a la mente con tanta fuerza y me permitan poner un bálsamo sobre mis
problemas actuales. Quizás sea que siento nostalgias de esas cosas que nunca
podré volver a hacer directamente o tal vez este queriendo devolver a la
comunidad un poco de lo que ella me dio cuando era niño.
Ya no
parecen quedar barrios como el mío, aunque en realidad siempre sentimos que era
único. Era un barrio sencillo pero digno y para nosotros era todo lo que requeríamos. Teníamos todo lo que muchos otros, no tenían: piscina en el verano, una plaza fantástica, nuestra
multicancha a disposición casi siempre, el cine popular pero donde vimos todas
las películas que quisimos, las escuelas 18 (hombres) y 20 (mujeres) por la que
pasamos casi todos los del barrio, los tacataca y flipper, los estadios
Independencia y Santa Laura que nos
permitían ver fútbol todas las semanas.
Pero
lo más importante del barrio eran nuestros viejos, que en esa época de niños
eran entre dioses y demonios, ellos formaban el espíritu de esta comunidad que
permitía forjar en sus niños y jóvenes una templanza que se siente hasta hoy.
Cuando
digo viejos no estoy hablando de nuestros papás sino de los que en ese tiempo
podrían haber sido nuestros abuelos y que estaban jubilados o por hacerlo y
dedicaban importantes horas de su tiempo al trabajo comunitario. Cuantas
críticas recibían de todos y aunque ahora debo suponer que les dolían, siempre
era más fuerte su pasión por los demás y por lo que hacían.
Mi
barrio era una población que en sus tiempos era lo equivalente a una población
SERVIU de hoy, casas pequeñas de aproximadamente 48 m2 en sitios igual de
pequeños de no más de 100 m2 que para nosotros eran mansiones. Podíamos hacer
nuestras fiestas, jugar con nuestros amigos y pasearnos de una en otra lo que
hacía que tuviéramos infinitos patios y living. Los dormitorios eran vedados,
estaban en el segundo piso y en esos tiempos, para pasar hasta ellos había que
tener permiso expreso de los dueños de casa, cosa que ocurría solo de vez en
cuando y casi exclusivamente en aquellas casas donde las familias eran pequeñas
(papas y dos hijos o tres como máximo), en las otras casas los dormitorios
eran, en general, lugares prohibidos a los que solo accedía la familia.
Lo que
quiero en estas notas o cuentos o historias es rendir un pequeño homenaje a
esas personas que permitieron que mi infancia y mi juventud estuviera llena de
cosas simples y preciosas y se transformaron en tesoros que guardo hasta ahora
y que cada vez cobran mayor valor, sobre todo cuando veo que mis hijos que
ahora son grandes, nunca pudieron tener amigos en su barrio o a mi nieto, que
no se imagina lo que es salir a la calle y que lo reten por “callejero”. Viven
cada vez más encerrados en sus dormitorios rodeados de una serie de artefactos
que les entregan su entretención aun cuando en el caso de los míos, viven al
borde de un hermoso parque que, en mis tiempos habría sido la delicia de
nosotros a todas las edades y habría estado lleno de bulla todas las tardes del
año, con niños de todas las edades aprovechando sus árboles, sus escondites,
sus pastos, su pérgola y las casa alrededor que, habrían sido como las propias.
Esos viejos (y probablemente las condiciones sociales y culturales) pero ellos
principalmente, permitieron que yo pudiera tener los recuerdos que hoy tengo y
que quiero compartir con quienes lean estas notas.
Estoy
seguro que mis amigos del barrio, hoy viejos como yo, tendrán recuerdos tan o
más lindos que los míos y podrán ampliar esta serie y enviar (estas son las
cosas buenas de la modernidad) algunos otros temas que a mí se me hayan
olvidado y que completen estas notas.
Me
tendrán que perdonar las familias de estos héroes por no conocer más que
algunos nombres y apellidos y, en algunos casos solo los nombres y/o algún
sobrenombre, pero cuando uno es niño, estas cosas no tienen importancia alguna,
solo vale lo que la persona hace, no lo que “es” ya que lo segundo es fruto de lo primero y no al revés, como
solemos creer cuando crecemos.
También
les pido perdón a ellos por contar algo de sus vidas que a lo mejor no habrían
querido que se supiera, por quizás confundir a la distancia algunas
responsabilidades o por no incluir a todos los que deberían estar, pero desde
acá y hasta donde estén les digo que tienen mi afecto infinito y eterno por
todo lo que hicieron por mí. (No quiero decir nosotros por no incluir a alguno
que quizás lo haya pasado más mal que bien)."
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