RELATOS QUE HABLAN DE LA PLAZA CHACABUCO
LA PLAZA CHACABUCO ANTIGUA

El paseo matinal del domingo, nos preparaba a recorrer con calma las seis cuadras que nos separaban desde nuestra pequeña casa de Avenida Independencia 1559, donde compartíamos con el Taller de Confección de cortinas de mi padre, hasta la hermosa plaza Chacabuco.-

Autora: Anita Guede
Contreras, vecina de Navarrete y López, profesora de Educación básica, Universidad Católica de Valparaiso. Profesora del Colegio Juan Pablo I
El paseo matinal del domingo, nos preparaba a recorrer con calma las seis cuadras que nos separaban desde nuestra pequeña casa de Avenida Independencia 1559, donde compartíamos con el Taller de Confección de cortinas de mi padre, hasta la hermosa plaza Chacabuco.-
La
primera parada era hacer el cambio de revistas del Tío Rico y Archie, donde el
señor de bigotes que atendía sentado y
esperaba con paciencia de santo que revolviéramos todo lo que tenía ordenado. Luego,
nos deteníamos en “El Puerto”; un gran almacén,
lo más parecido al supermercado de hoy, a comprar los dulces de anís y los
calugones de manjar con nuez, que más de alguna vez nos sacó un dolor de
muelas.-Si estábamos de suerte, seguía la parada en la fábrica de helados
“Rommy”, helados artesanales, con un delicioso olor a leche y frutas.-Ya nos
íbamos acercando para poder correr y jugar a pillarnos alrededor de la pileta
de la plaza, tan hermosamente rodeada de
palmeras y árboles. Mi papá mientras tanto, compraba parafina en la estación de
gasolina Copec, tan pequeña pero moderna para la época, casi al borde de la
calle.
Aún
siento el freno del trolebús n° 6, que
llegaba a la parada final desde el
centro, y dando la vuelta a la plaza para volver a comenzar su recorrido.-Era
muy divertido tomarlo de vueltas, en alguna oportunidad si estábamos cansados
de jugar.
Recuerdo
que luego de terminada la misa de 12 en Fátima, se llenaba la plaza con las familias que salían de la iglesia, y
ahí el señor del caballito y las fotografías comenzaba a sacar con su máquina
de cajón una foto tras otra. De vez en cuando, estaba el señor de la cabeza
blanca que vendía masitas dulces con azúcar flor y manzanas confitadas.-
Si
aquel domingo, en el Estadio Independencia jugaba la Universidad Católica, las
chicas más grandes esperaban en las afueras al guapo del momento: “Alberto Tito
Fouillioux”. En la otra esquina, frente de la plaza, el Teatro Valencia, que divulgaba el arte en el
barrio. Nunca lo conocí por dentro, siempre sólo pasábamos por las afueras. Cruzábamos
a comprar por encargo de mi mamá, las barritas de azufre para sus dolores, a la
Farmacia Santa Laura, que siempre estaba
abierta y de turno.-Al lado, la fuente de soda “Los diablos rojos” y más acá el
Wonder Uno, con su olor a vino tinto y completos.
Recuerdo
también que a veces, estaba abierta la “Gota de leche”, y hacían fiestas para
los niños y las madres, que iban a recibir la ayuda que ahí les daban. Un
domingo nos encontramos con unos carros adornados por la candidatura a reina
del Colegio que estaba al lado del estadio. Se llamaba Liceo mixto Ramón
Freire.
Ya
volviendo a casa, comprábamos algunos alimentos en el almacén de “Los Gómez”
entre Severino Casorzo e Hipódromo Chile, y empezaba el relato de mi papá que
nos explicaba todos los domingos que la
plaza se llamaba así luego del triunfo en febrero 13 de 1818, de la Batalla de
Chacabuco. Y llegando a Los Nidos con Independencia, nos mostraba la casona colonial
de la palmera, en donde habrían descansado los soldados al mando de San Martín haciendo su ingreso por
el camino del Inca hacia el sitio de Santiago.
Hace
algunas semanas, y estando en un estado de cuarentena, la plaza estaba
solitaria, vacía. Los nuevos árboles recién asomando, nada de lo que recordaba,
existía, pues la necesidad de más hogares, la rodeo de edificios y más
edificios.- Un tren subterráneo, la frialdad del cemento… así es la historia…
es el tiempo inexorable, que pasa y no
vuelve. Solo vuelve cuando aquello que ha sido importante, queda al resguardo
como un gran tesoro.-Fue así como volví a recordar.
Jorge Guede a los tres años, el año 1963.
Jorge Guede a los dos años, 1962
Una pena que todo ese encanto y belleza que entregaba esta plaza se haya perdido.
ResponderEliminarAsi es, los costos del desarrollo, especialmente sin considerar lo patrimonial.
ResponderEliminarDicen que los buenos relatos tienen la capacidad de transportarnos en el tiempo. Éste es uno de esos. Cada palabra está cargada de ese aroma tan característico que posee nuestra comuna. Que espacios como éste sirvan para reconstruir la memoria y sobre todo, hacerla evolucionar. Felicidades por el espacio y por éste texto!
ResponderEliminarCómo no recordar todo aquello que la tía Anita, profesora de nuestros hijos en el Juan Pablo I nos hizo traer a la memoria, y en su andar recordé también la panadería Las Baleares, en Independencia al llegar a la plaza, también el almacén de El Nato, que era competencia de El Puerto, en la esquina de Cotapos. Y en la Copec de la plaza conocí a un gran boxeador de la época, que no sé, si era el dueño, pero siempre estaba ahí, El Tani Loaysa. Sí, camine en el recuerdo con la tía Anita. Felicitaciones!!
ResponderEliminarAlejandra Cárcamo L.