EL INOLVIDABLE TEATRO LIBERTAD

 EL INOLVIDABLE TEATRO LIBERTAD. RELATO VIVENCIAL DE UN VECINO 

Autor: Cometa Escudero, vecino de la calle Diana 

   Recordando nuestro apreciado Teatro Libertad, alguien me felicitó por mi memoria. ¿Cómo no acordarme si recreó mi vida? Fue mi refugio y parte de mi historia.

 Fuimos once hermanos. A pesar de que los varones mayores trabajaban, mi madre salía con mi hermanita menor a buscar el sustento para mí y mis hermanas. Yo quedaba al cuidado de la mayor de ellas, quien era demasiado estricta conmigo. ¿O yo era muy rebelde? Yo me escapaba…

 Imposible olvidarme del Teatro Libertad, porque fue mi amparo y mi alegría.

 Yo jugaba en la calle Diana con mis amigos, pero a ellos los entraban temprano y yo quedaba solo.

 En aquel tiempo, las lluvias eran copiosas y las posas se escarchaban.

 En invierno, a las seis de la tarde, oscuro y frío, yo llegaba a la puerta de la entrada de la platea al Teatro Libertad para tratar de que el portero me dejara entrar. Él, egoísta, apenas de reojo me miraba. Serían las nueve de la noche, él y el hombre que estaba en la boletería cerraban y se iban, ya que con tanto frío no llegaba más público.

 En esa época habían varias acomodadoras. Cualquiera de ellas con cariño me abría la puerta y me dejaba pasar. Yo, con pantalones cortos y la camisa de manga corta, entretenido con las películas, contenía el frío.

   A veces, mis amigos de la calle Diana no estaban. Yo, un poquito más crecido, me juntaba con otros niños. Asistíamos a otros teatros en la avenida Independencia: el Valencia, el Capítol, el Nacional, pero ninguno con la comodidad de las butacas del teatro Libertad. Tuve muchas vivencias en nuestro teatro Libertad: vendí confites en su puerta, pololeos fugaces… 

 A los dieciocho años, pololeando enamorado con quien ha sido mi compañera por muchos años, disfrutamos montones de películas en el Libertad. También recorrimos, en el centro de Santiago, muchas salas de cine: El Antonio Varas, el Bandera, el Metro, el Capri, el City, el Mayo y el Nilo. Varios de la calle Estado; el Florida, el Imperio, el Astor y el España. Muchos estaban en la calle Huérfanos: empezando por el Lido en el número 680 , el Rex en el número 735 , seguía el Tivoli, el Huelen; frente al Opera estaba, el Victoria y el King ; a continuación  el Huérfanos, el Central, el Roxi ,el Pacífico y al final de la calle Huérfanos en el número 1176 estaba el Gran Palace. Habían otros a los que también fuimos. Varios de ellos muy buenos pero ninguno se podía comparar con el imponente teatro Libertad: buenos baños, cercano a nuestras casas, cómodas butacas; donde se sentara tenía magnífico enfoque a la pantalla y buen sonido.

   En una época en la cual el teatro Libertad ya no funcionaba como cine, una congregación religiosa realizaba sus reuniones en el Libertad.


 Una vez que estaba lleno de gente, entré a la platea y me paré al lado de mi hermana y de la señora Jovita, vecina que también vivía en la calle Diana.

 En un momento, el pastor ordenó a los feligreses que se pusieran de pie, bajaran la cabeza, cerraran los ojos y oraran. Él se acercó a una creyente que estaba muy concentrada orando, le tocaba la cabeza y la frente; repentinamente, la señora se fue de espaldas, dos hombres lograron sostenerla. A muchos les sacó los malos espíritus.

 Luego, el pastor se acercó a mi vecina, y dos ayudantes se colocaron detrás de la señora. Suavemente el pastor le tocaba la frente, de repente apoyó fuerte su mano en la cabeza y por obra mágica, la señora Jovita casi se cae de espaldas. Pero los dos ayudantes la afirmaron.

 Desde ese día, la señora Jovita se unió a la congregación porque había sido tocada por una mano divina.

   Más tarde, llegó una empresa de demoliciones. Sacaron las butacas, llenaron el lugar de fierros y cachivaches, arrumbándolos por todos lados.

 

 Ahora, el inolvidable teatro Libertad está con nuevos inquilinos. Lo tienen repleto de materiales para fabricar ventanas, vitrinas , puertas y ventanales. Los trabajadores cortan perfiles de aluminio y vidrios.

 Ya cumplimos sesenta y un años de matrimonio. Mi señora y yo recordamos con nostalgia cuando, recién casados, el teatro Libertad nos proporcionaba una de las mejores entretenciones que existían en aquel tiempo. Cuando llegaron nuestros hijos, los dejábamos al cuidado de mi suegra y partíamos al teatro Libertad a disfrutar las películas.

 Quizás quienes luchan por renovarle la vida lo logren. Ojalá nuestros hijos le agradezcan y de alguna manera lo disfruten, y sepan que nos dio inmensas satisfacciones.


 Si el teatro Libertad pudiera hablar, preguntaría: “¿Cómo me desprecian y me abandonan después de darles tantas dulzuras en sus vidas?” Yo, con vergüenza y con lágrimas brotando por mis ojos, apenado lo escucharía.


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